Obras de San Clemente Romano, Madrid, Biblioteca Clásica del Catolicismo 1889.

Segunda Carta a los Corintios

Capítulo Primero

Hermanos: conviene que nosotros pensemos en Jesucristo como de Dios, como del Juez de vivos y muertos, y conviene asimismo que no pensemos de una manera baja respecto a nuestra salvación. Porque mientras sintamos bajamente de ella, creeremos también que es poco lo que vamos a recibir, y pensando así pecamos, ignorando de dónde hemos sido llamados y por quién, y a qué lugar, y cuan grandes son los tormentos sufridos por Jesucristo por nosotros. Porque ¿qué recompensa le daremos nosotros, o qué fruto digno de todo lo que Él nos ha dado? ¡Y cuántos beneficios no le debemos! Porque Él nos ha dado a la luz; como Padre nos ha llamado sus hijos; nos ha conservado cuando íbamos a perecer. ¿Qué alabanza, pues, le tributaremos o qué servicio, para compensar lo que hemos recibido? ¿Nosotros que andábamos obcecados y adorábamos las piedras, los leños, el oro, la plata y el bronce, obra de los hombres; nosotros cuya vida entera no era otra cosa que muerte! Rodeados, pues, por la oscuridad y con la vista turbada por las tinieblas, hemos abierto los ojos y por su voluntad hemos disipado la neblina que nos envolvía. Porque se ha compadecido de nosotros y conmovido su corazón, nos ha salvado, cuando en nosotros sólo había visto muerte y grandes errores, sabiendo que no teníamos esperanza de ninguna otra salvación, sino de la que procedía de Él. Nos llamó, pues, a nosotros cuando no éramos y quiso que saliéramos de la nada.

Capítulo II

Regocíjate, estéril, que no pares, canta alabanza y grita la que no parías, porque muchos son los hijos de la desamparada, más que los de aquella que tiene marido, dice el Señor (Isa., LIV, 1). Cuando dijo: Regocíjate, estéril, que no pares, lo dijo por nosotros, puesto que nuestra Iglesia era estéril antes de tener hijos. Y cuando añadió: Grita la que no parías, quiso decir que no dejemos de dirigir nuestras súplicas a Dios, como las mujeres que están de parto. Y lo que dijo: Porque muchos son los hijos de la abandonada más que los de la que tiene varón, se refiere a nuestro pueblo, que algunas veces parecía abandonado por Dios. Pero ahora, cuando ya creemos, somos mucho mayores en número que aquellos que creían antes de poseer a Dios. Dice también otra Escritura: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Math., IX, 13). Y esto lo dice porque había de salvar a los que estaban próximos a perecer. Porque ciertamente es grande y admirable; no sostener sólo a los que permanecen fieles, sino también a los que caen. Así, pues, Cristo quiso salvar a los que perecían, y salvó a muchos con su venida, llamándonos a nosotros cuando íbamos ya a perecer.

Capítulo III

Siendo, pues, tan grande la misericordia que ha hecho con nosotros, en primer lugar, puesto que los que hemos recibido la vida, ya no sacrificamos a los Dioses muertos, ni los adoramos, sino que por Él conocimos al Padre de la verdad, ¿en qué consistirá nuestro reconocimiento hacia Él, sino en no negar a Aquel por el cual le conocimos? Porque también dice Él mismo: Al que me confesare en presencia de los hombres, a aquel confesaré yo en presencia de mi Padre (Math., X,32). Esta es, pues, nuestra recompensa, con tal de que confesemos a Aquel por el cual hemos sido salvados. Pero, ¿cómo hemos de confesarle? Haciendo lo que dice y no despreciando sus mandamientos; no sólo honrándole con los labios, sino de todo corazón y con toda nuestra mente. Porque dice Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero el corazón de ellos está muy lejos de mí (Isa., XXIX, 13; Math., XV, 8).

Capítulo IV

Por consiguiente, no nos contentemos sólo con llamar a Dios, porque esto no nos salvará, pues ha dicho: No todo el que me dice Señor, Señor, se salvará, sino el que obra justicia (Math., VII, 21). Así pues, oh Hermanos, confesémosle con nuestras obras, amándonos mutuamente, no cometiendo adulterio, no maltratándonos unos a otros, no envidiándonos, sino viviendo en la continencia, en la misericordia y en la bondad. Debemos guiarnos por la mutua compasión y no por la avaricia del dinero. Confesemos a Dios en estas obras y no en las contrarias, y no temamos a los hombres, sino a Dios. Seguramente para nosotros, si obramos así, dijo el Señor: Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿pues no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces yo les diré claramente: Nunca os conocí; apartaos de mí los que obráis la iniquidad (Math., VII, 23)

Capítulo V

Por tanto, Hermanos, abandonando las afecciones de este mundo, hagamos la voluntad de Aquel que nos eligió, y no temamos abandonar esta tierra. Porque dijo el Señor: Ved que yo envío como ovejas en medio de lobos. Y no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed antes al que pueda echar el cuerpo y el alma al infierno (Math., X, 25) Y sabed, hermanos, que la peregrinación de esta carne por este mundo es breve, y por corto tiempo, y la promesa de Cristo grande y admirable, pues consiste en el descanso del futuro reino y de la vida eterna. ¿Qué, pues, hemos de hacer para conseguirla, sino vivir y obrar santa y justamente, no deseando las cosas de este mundo y considerándolas como ajenas a nuestro fin? Porque mientras deseamos poseer estas cosas, nos apartamos del verdadero camino.

Capítulo VI

Dice, pues, el Señor: Nadie puede servir a dos Señores. Si nosotros queremos servir a Dios y a las riquezas, es imposible. Porque, ¿qué utilidad es para cualquiera si gana el mundo entero, pero perjudica a su alma? Por tanto, este siglo y el futuro son dos enemigos. Aquél predica el adulterio, la corruptela, la avaricia y el fraude; pero éste renuncia a todo eso. Por consiguiente, no podemos ser amigos del uno y del otro; conviene, pues, que separándonos de aquél sirvamos a éste. Pensemos que es mejor aborrecer las cosas de aquí, porque son pequeñas y sujetas a la corrupción y a la brevedad del tiempo, y amar las cosas celestes como buenas e incorruptibles. Porque haciendo la voluntad de Cristo encontraremos descanso; si no, nada nos librará del eterno suplicio si despreciamos sus mandatos. Dice, pues, la Escritura en Ezequiel: Si Noé, y Job y Daniel, permaneciesen en la justicia, no librarían a sus hijos de la cautividad. (Ezech., XIV, 20). Y si estos varones tan justos no pueden con sus obras buenas salvar a sus hijos, nosotros, si no conservamos puro e inmaculado nuestro bautismo, ¿qué esperanza tendremos de entrar en la casa de Dios, o quién será nuestro abogado, si aparece que no tenemos obras piadosas y justas?

Capítulo VII

Por esto, Hermanos míos, luchemos, sabiendo que estamos empeñados en el certamen, y puesto que en las luchas mundanales se presentan muchos, pero no todos son coronados, sino aquellos que han trabajado mucho y peleado valerosamente, peleemos también nosotros, para que todos ganemos la corona. Corramos, pues, por el camino recto; peleemos en este incorruptible certamen; concurramos mucho a él y peleemos, para ser coronados. Y si no es posible que todos obtengamos el primer premio, obtengamos siquiera el inmediato. No olvidemos que en los certámenes profanos, todo atleta que comete fraude o falta, es azotado y arrojado fuera del estadio. ¿Qué os parece? ¿El que corrompiese el certamen de la incorrupción , qué merecería? De aquellos, pues, que no han conservado el sello de la fe, dice el Señor: El gusano de ellos no morirá y el fuego de ellos no se apagará y serán visión para toda carne (Isa., LXVI, 24).

Capítulo VIII

Por tanto, mientras vivamos en la tierra, hagamos penitencia. Porque somos barro, en manos del artífice. Y del mismo modo que el alfarero si, al hacer un vaso, se le deforma o tuerce, entre las manos, vuelve a hacerlo de nuevo, porque si desde luego lo pusiese imperfecto en el horno, ya no podría reformarlo, así también nosotros, mientras vivimos en este mundo arrepintámonos de todo corazón de los males que hicimos en la carne, para que nos salve el Señor, mientras tenemos tiempo de penitencia. Porque después que hayamos salido de este mundo, allí ya no podemos confesar, ni hacer penitencia. Por lo cual, Hermanos, obrando según la voluntad del Padre, conservando casta nuestra carne y guardando los preceptos del Señor, busquemos la vida eterna. Porque dice el Señor en el Evangelio: Si no habéis guardado lo pequeño, ¿quién os dará lo grande? Porque yo os digo: El que es fiel en lo pequeño, también es fiel en lo mayor (Este lugar no se encuentra en el Evangelio y sólo se halla citado por San Ireneo, lib. II, cap. 64”.). Esto dice pues: conservad casta vuestra carne e inmaculado el sello de vuestra fe, para que recibáis la vida eterna.

Capítulo IX

Y no diga ninguno de vosotros que esta carne no es juzgada ni resucita. Reconoced que en tanto habéis sido conservados, en tanto habéis recibido la luz en cuanto vivís en esta carne. Conviene, por tanto, que la custodiemos como un templo de Dios. De igual manera que habéis sido llamados en vuestra carne así vendréis con ella. Cristo, Señor nuestro, que nos salvó siendo Dios desde el principio, se hizo carne y así nos eligió. Así también nosotros recibiremos el premio en esta carne. Amémonos, pues, unos a otros, para que lleguemos todos al reino de Dios. Mientras tenemos tiempo para curarnos, entreguémonos a Dios nuestro médico, correspondiéndole con nuestra remuneración. ¿Pero cuál es esta? La penitencia de un corazón sincero. Porque Él tiene la presciencia de todo y conoce lo que pasa en nuestro corazón. Alabémosle, pues, no sólo con los labios sino también con el corazón, para que nos reciba como a sus hijos. Porque el Señor dijo: Hermanos míos son aquellos que hacen la voluntad de mi Padre (Math., XII, 50).

Capítulo X

Así, pues, Hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos llamó para que vivamos y sigamos con preferencia la virtud, apartándonos desde luego del vicio, como precursor de nuestro pecado. Huyamos de la impiedad, para que no nos rodeen los males. Algunos se dejan llevar por los respetos humanos, anteponiendo los goces presentes a las promesas futuras. Ignoran, por cierto, cuántos tormentos esperan al goce de los bienes presentes y cuán grandes delicias encierra la futura promesa. Y al menos, si ellos solos hicieran el mal, aun se podría tolerar; pero se proponen imbuir con malas doctrinas las almas descuidadas, ignorando que les espera una doble condenación; la de ellos y la de aquellos que nos oyen.

Capítulo XI

Nosotros, pues, sirvamos a Dios con un corazón limpio y seremos justos, pues si no le servimos, porque no tenemos fe en la promesa de Dios, seremos desgraciados. Dice, pues, la sentencia del Profeta: Son desgraciados aquellos que con doblez de ánimo y vacilando en su corazón dicen que hemos oído todo esto ya desde el tiempo de nuestros padres; nosotros hemos esperado uno y otro día y nada hemos visto. Locos, comparaos con los árboles, tomad por ejemplo la vid. Primeramente caen sus hojas, después germina, después aparecen sus uvas verdes, y, por último, las maduras. Así mi pueblo sufre al principio sinsabores y amarguras y después recibirá los bienes. Así, pues, Hermanos míos, no vacile nuestro ánimo, sino suframos con esperanza, para que también obtengamos un premio. Porque es fiel aquel que prometió retribuir a cada uno según sus obras. Si, pues, obramos justicia delante de Dios, entraremos en su reino y recibiremos sus promesas, las cuales ni el oído oyó ni el ojo vió ni llegaron jamás hasta el corazón del hombre.

Capítulo XII

Así, pues, esperemos las horas del reino de Dios en la caridad y en la justicia, puesto que ignoramos el día de la venida de Dios. Porque habiendo sido preguntado por alguno, el mismo Señor, cuándo había de venir a su reino, dijo: Cuando dos sean uno y lo de fuera como lo de dentro y el macho con la hembra ni macho ni hembra. Pero dos son uno, cuando el uno al otro hablamos la verdad, de modo que en los dos cuerpos existe un alma sola, sin disimulo. Y dice: Y lo que está fuera como lo que está dentro. Lo que está dentro es el alma, lo que está fuera es el cuerpo. Así, pues, como nuestro cuerpo es visible, séalo también nuestra alma por sus buenas obras...

(Hasta aquí los Códices originales encontrados hasta el día.)